Por muchos años había escuchado de un lugar que parecía más un mito para mi. Una reserva natural escondida en la vía hacía Buenaventura (en el Valle del Cauca, Colombia) a unas 2 o 3 horas de Cali. Me hablaban de su río de aguas cristalinas, de sus charcos de más de 10 metros de profundidad, de su tranquilidad, y por supuesto, de la particular forma de llegar desde el pueblito más cercano (Córdoba) directamente a la reserva: las pintorescas «brujitas». Esta es mi experiencia en este paraíso escondido, esto es la reserva natural San Cipriano.
A Córdoba se puede llegar en transporte público, privado, particular…como mejor les quede. En más o menos 2:30 horas se llega desde Cali. Se recomienda salir a las 6 am para estar llegando tipo 8am u 8:30am. En el pueblo inmediatamente verás la línea del ferrocarril, medio abandonada pero que aún funciona. Ahí conocerás a las famosas y particulares «brujitas». Este transporte es la única forma de llegar a la reserva y consiste en un tablón con unas sillas impulsado por una motocicleta adaptada sobre el riel. Al menos no nos podemos cuestionar la creatividad de los locales para mejorar el sistema de transporte, pues anteriormente se impulsaba de forma manual.
Sin pensarlo mucho, nos montamos en las brujitas y confiando en Dios y con sed de aventura nos adentramos a la selva húmeda realizando un recorrido de aproximadamente 12 minutos hasta llegar a la reserva. En el camino se ve naturaleza por lado y lado, se recorren algunos puentes y se ven las casitas de algunos nativos que parecen detenidas en el tiempo, en medio de la nada pero siempre se ven felices y sonrientes.
Después de algunos minutos de adrenalina llegamos por fin a la reserva. Mucha expectativa pues no sabemos realmente a dónde vamos a ir ni cómo es. Te reciben varias casitas de construcción local cuyos dueños se dedican principalmente a vender productos autóctonos y almuerzos y desayunos para los turistas.
El famoso «arrechón«, esa autóctona bebida local es una mezcla de muchas cosas que quizás es mejor no saber. Supuestamente es afrodisíaca y se te para «hasta el pelo» como bien podemos ver en este anuncio de bebidas afro variadas.
Para llegar a los charcos hay que adentrarse en la selva tropical húmeda e ir conociendo el camino. Poco a poco a tu derecha vas viendo las entradas a cada uno de los charcos. Están debidamente señalizados con sus principales características como por ejemplo la profundidad.
Luego de recorrer algunas casitas continuamos el camino ascendente paralelo al río hasta llegar al charco más lejano que limita la reserva. Se llama «La Platina» y es de 11 metros de profundidad. Perfecto para nadar, clavar y zambullirse.
Así nos recibe el río, grande, ancho, imponente. Hay muchas piedras, lo que indica que a pesar de su abundante agua estamos en tiempos de sequía. No obstante se ve magnífico. Caminando un par de minutos ya llegas a la orilla, donde los charcos y el agua te esperan con ansías.
El agua es deliciosa, fría, como la de todo río, pero en medio de un día húmedo y con calor, es perfecta. Agua cristalina y pura no se ve en todos los ríos del mundo. Aquí, el cielo y el agua se funden en un solo lugar.
Recorriendo los diferentes charcos ves diversos escenarios. Algunos muy cristalinos y de baja profundidad, para relajarse y hablar con los amigos. Otros mucho más profundos, para tirarse desde lo alto. Otros con un poco más de corriente y caudal, para dejarse llevar. OJO, el río se ve muy calmado pero como dice el dicho «de las aguas mansas, líbranos señor». Hay que tenerle mucho respeto al río. No hay que abusar de la confianza ni hacer imprudencias. El río tiene corrientes internas y algunos remolinos. Pero no pasa nada, solo es cuestión de ser precavido y de no creerse superman.
En los lugares profundos vale la pena jugar como niño y tirarse desde la orilla. Es una manera deliciosa de disfrutar el agua, de vivir el río, de vivir la experiencia San Cipriano de manera completa.
A las afueras de los charcos, los nativos alquilan neumáticos. Son ideales sobre todo en las partes del río que hay corriente y caudal. Es diversión pura. Recomendado usar los neumáticos, pues sirven para recorrer el río más rápido y también para relajarse y tomar el sol mientras se disfruta de sus tranquilas aguas.
Flotar y nadar. El día se pasa como un pez, todo el día en el agua. Algunos charcos, como este, son perfectos para usar careta y aletas. Se pueden sumergir y ver peces. Disfrutar de las aguas cristalinas.
Entre charco y charco y el sol intenso de la mañana la sed se hace presente. Y nada mejor para refrescarse un poco que una paleta de agua….de mango biche con su respectiva bolsita de sal. Uffff que delicia. Sé que en muchos lugares del mundo no conocen el mango biche (de hecho ni el mango) y espero que algún día lo hagan. Es muyyyy rico. En las orillas del río encontrarás locales que venden heladitos. Eso sí, hay muy pocos vendedores, lo cual es muy bueno porque no es el lugar apropiado para que se vuelva un mercado. Uno que otro que pase por ahí es bienvenido. Lo mejor es la conciencia ecológica que tienen pues te reciben las basuras que tengas y ellos se encargan de botarla. En el río no se deja absolutamente nada, solo agua y piedras. Nada más.
De camino en el sendero, en busca de otro charco, puedes encontrarte con otros locales que te ofrecen bebidas autóctonas como el arrechón, la crema de viche, el tumbacatre, entre otras. También es posible encontrar deliciosas obleas con todo. Literalmente todo: arequipe, crema de leche, salsa de mora, queso y por supuesto, coco, uno de los principales ingredientes de todos los dulces del pacífico.
Después de «mecatear» un poco, de vuelta al agua. Un día en San Cipriano es un día en el agua. Este río es especial, es mágico. Sus aguas son revitalizantes y querrás disfrutarlas lo más que sea posible. Más aún cuando hace un clima genial como fue en nuestro caso.
En una zona tan biodiversa como esta es posible ver de todo un poco, tanto de flora como de fauna. Si observas con detalle en los árboles, en el suelo, en las ramas, en toda parte, encontrarás grandes (y pequeñas) sorpresas. Como este caracolito que con su paso lento y baboso iba camino al río mientras descendía las escaleras en busca de quien sabe qué.
En teoría, estar un día en este pequeño paraíso parece suficiente, pero para los que no queden satisfechos hay muchos motivos para volver. A mi particularmente me causó curiosidad conocer en alguna otra ocasión este peculiar «sendero del amor».
Antes de partir aún falta probar otra delicia que solo he visto por esas tierras. El pastel de coco con banano preparado dentro de cáscara de coco, cocinado en horno y servido recién hecho, calientico. Indescriptible sabor. Un lindo personaje lo llamó «muffins de coco», y bien podrían serlo. Exquisitos.
El día finaliza y es hora de volver a la ciudad, a dejar de ser nómadas y a volver a ser urbanos. De regreso en la última aventura en brujitas para llegar de nuevo a Córdoba y tomar el transporte de vuelta a Cali (en nuestro caso). Normalmente uno está saliendo de la reserva tipo 4:30 pm y comenzando a bajar a la ciudad desde las 5:00pm. Si vas un domingo, seguramente encontrarás un trancón considerable en el Km 18 de la vía al mar, razón por la cual se recomienda parar un rato, tal vez en el «El Panelo» (Km 17) para disfrutar de una deliciosa y calientica aguapanela con queso con una arepa de choclo. Con eso ya quedan listos.
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Y así termina esta experiencia donde el realismo mágico de Colombia se hace presente una vez más en las tierras del pacífico donde el sabor y alegría de su gente se mezcla con lo exuberante de su entorno, de lo verde de su vegetación, de lo cristalino de sus aguas, de lo hermoso de sus tierras.
Muchas gracias a Eco Aventura y Konny, quienes fueron los que nos organizaron esta maravillosa experiencia. Colombia tiene demasiados lugares por conocer. Hay que salir a explorarlos, disfrutarlos, admirarlos y por encima de todo, conservarlos.